sábado, 10 de enero de 2009

¿Rebajas?

No, no y no. Es imposible practicar una actividad que se cataloga bajo ese nombre. Si al menos hubieran tenido la decencia de llamarlo ofertas… Pero rebajas es sinónimo de humillación, de aceptar algo en una situación desesperada que en condiciones normales se habría rechazado.
Además la gente se pone nerviosa como si conseguir llenar un saco de ropa por cincuenta euros fuera algo verdaderamente importante, se excitan, gritan y enloquecen, como soldados que después del fragor de una batalla saquean una ciudad, robando, violando y quemando lo que no pueden llevarse.
A mí el pueblo enfervorizado me da miedo, me recuerda a la revolución francesa y me parece que en cualquier momento una turba de señoras hartas de pret a porter de saldo y envidiosas de la alta costura pueden asaltar la maison Channel y cortarle la cabeza a Karl Lagerfeld.
En Estados Unidos ahora las rebajas comienzan mucho antes; el primer día de diciembre y a las cinco de la mañana. ¿Quién puede levantarse a las cuatro de la mañana si no es por un incendio o por un terremoto? Pues tanta gente que en un centro comercial de Long Island reventaron los goznes de las puertas y aplastaron literalmente al desdichado guarda jurado. Lo que yo digo, la revolución de las masas, porque hasta hace poco a esas horas en las tiendas sólo entraban los ladrones.
De todas formas no hay mucho que pensar sobre este tema, si algo está barato es porque no vale nada. Las cosas asequibles no tienen mérito y los que piensan que van a parecer mejor vestidos con ropa más barata se equivocan porque un andrajo pringoso con una etiqueta sagrada que ha costado una verdadera fortuna tiene una propiedad que jamás tendrá ninguna supuesta maravilla encontrada de saldo: engrandece el espíritu, eleva el alma y la hace pisar en una tierra mágica que lo es porque precisamente es imposible para el resto de los pies humanos. El trapo no importa, es el poder del que reviste la prenda lo que uno paga.
Comprar en rebajas en vender el honor.

martes, 6 de enero de 2009

La noche de los Reyes Magos

Mi abuela nos solía contar que a los niños que se portan bien, que comen lo que se les pone en el plato, que hacen los deberes y que no contestan a sus padres se les recompensaba esta noche. Nunca lo entendí porque mi hermana siempre fue una delincuente sin escolarizar con un vocabulario que estremecería al estrato más pervertido de la cárcel más inmunda y siempre le trajeron bellísimos regalos. Según mi abuela, los Reyes controlan a los niños fundamentalmente con dos sistemas: el ojo que todo lo ve y la oreja que todo lo oye. Espeluznante. La Monarquía Magiar tiene dos organizaciones espías que tienen a los niños en un constante Gran Hermano. Esos tres ancianos observando a los niños en la intimidad no me parecen bien. Sobre todo porque no hay constancia de que estas herramientas de observación no lleguen a dependencias privadas tales como el baño, y tampoco sabemos si la conocida oreja y sobre todo el ojo tengan además un sistema de grabación. ¿Están nuestros niños verdaderamente protegidos contra la posible perversión de estos desaprensivos?
Yo no tengo hijos, pero desde luego hoy esperaría despierto con un oficial de policía para pedir una explicación, para saber cómo se hacen y qué pasa con las grabaciones de nuestros pequeños. Yo no vendería a mis hijos por una vulgar Nintendo.
No sé cómo son las leyes en Oriente pero en este país para hacer una cosa así hay que tener la autorización de un juez.
Reclamo a nuestro gobierno que seamos defendidos ante este atropello de los derechos humanos y que se instaure una plataforma que investigue esa extraña monarquía donde hay tres reyes y ninguna reina conocida. Que una cosa es que aceptemos el matrimonio homosexual y otra muy distinta la poligamia y que les permitamos entrar en nuestros hogares a juguetear con los zapatitos de nuestros niños, que vamos con la tradición... que estoy por esconderme detrás de las cortinas para hacer fotos y colgarlas en internet. Qué asco.
Que cada padre le compre los regalos a sus hijos para boicotear ese país que se financia con la venta de información privada y sabe Dios que otras barbaridades. Que se instaure una República Magiar transparente y se destruyan esas armas de observación masiva.
Esto explica por qué a mi hermana Hildegard siempre le han traído más regalos que a mí, la muy asquerosa se montaba esos numeritos en el baño que no me dejaban dormir por conseguir diamantes, trajes de Armani y abrigos de pieles y hasta un coche que no podía conducir porque con siete años no se puede sacar el carné. Claro, por eso siempre dejaba unos calcetines sucios dentro del zapato debajo del árbol de Navidad.
... Y a mi un juego de guantes y bufanda...

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