lunes, 22 de septiembre de 2008

Más es más.

¿Menos es más? ¿Pero se puede saber a quien se le ocurrió semejante sandez? No hay duda de que vivimos en la era de la miseria disfrazada. La miseria nos asalta, nos persigue y nos convence de que tenemos que regalarlo todo para nada. Las casas cada día se parecen más a los conventos del siglo XVI y no es que yo tenga nada en contra de la vida austera, siempre y cuando no me pidan por ella una fortuna. La abundancia la restringe el médico para evitar la asfixia pero jamás los dictados de esos infames diseñadores industriales.
Quitamos los muebles y ponemos cajas, pero las cajas son absurdamente incómodas y sobre todo carísimas, tiramos una colchoneta en el suelo y lo llamamos futón, y las neomarujas se tiran a dormir en el pavimento, como perros callejeros.
Minimalismo, y además apostillan que todo queda tan limpio… como si en las casas decentes no se pasara un trapo porque no se nota. Encima nos llaman guarros.
La moda puede ser estúpida, pero los que la hacen no lo son. ¿Alguien se imagina cómo sería un Ikea Roccocó? Una ruina aunque sólo fuera en pan de oro.
No me van a convencer, que a mí me gustan los mamotretos de caoba elaborados por legiones de ebanistas que decoran con sus buriles la madera como si pusieran puntillas a la eternidad y que bordan taraceas de frutales con madreperla y marfil. Donde esté un fabuloso bargueño que se quite un mueble clasificador con cestitas de higiénico pvc. ¿Quién puede verdaderamente preferir una estera tapando una ventana antes que unos contundentes cortinajes de terciopelo de seda guarnicionado con bordados de resalte y pasamanerías y sus alzapaños a juego con unas suntuosas cornucopias? ¿Una maldita lámpara de papel japonés antes que una excelsa araña de cristal de La Granja?
No, no y no. Si el horror vacui es un pecado arderé en un infierno de lujuriosas joyas y abigarrados brocados de caprichosos motivos jamás pensados por mente humana.
Nada es menos que poco y poco menos que mucho y yo lo quiero todo.
Menos es menos. Menos es horrible, impensable y angustioso.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

La información nos hace libres

Yo no entiendo como de entre toda esa caterva de ministros y ministras a nadie se le ocurre pensar que en una sociedad desarrollada como la nuestra se hace imprescindible un cierto control en el vestir.
No hablo ni de moral ni de ética de la mayor o menor desnudez que nos invade, hablo de una campaña de concienciación del flaco favor que se hacen algunos a si mismos con las prendas que se atreven a lucir en sitios públicos.
El otro día en un establecimiento un caballero de unos cuarenta años pretendía parecer joven y moderno vistiendo como un chico de veinte de cuando él tenía treinta. Se agachó y sus tristísimas bermudas vaqueras dejaron al descubierto unas carnes que daba pudor ver. Completaba su atavío con una visera puesta del revés.
Quien sabe, si nuestro ejemplo sería un hombre totalmente competente en otras áreas de su vida, pero lo que es indudable es que ignoraba lo que su atavío se empeñaba en gritar. Su ropa le insultaba impunemente, sin recibir réplica alguna o ni siquiera disculpa.
Alguien tiene que parar esto. La moda genera muchísimo dinero y alguien debe de evitar que un ser humano se gaste esos recursos en hacerse tanto daño.
No quiero que se entienda que abogo por la uniformidad ni por una legislación que limite la libertad individual, ni siquiera aunque a veces esa libertad pueda causar daños irreparables en los sentimientos estéticos de seres elevados. No propongo la creación de una policía de la moda que rastree las calles en busca de mal vestidos, ni siquiera por un servicio social que ofrezca estilistas de urgencias.
Sólo pido que las instituciones obliguen a los fabricantes a informar a los clientes por escrito de las prendas que adquieren. Que se incluyan con las etiquetas unos prospectos como los que llevan las medicinas que informen de los posibles efectos secundarios de usar esa prenda, contraindicaciones, interacciones. ¿Por qué la legislación considera importante que en la etiqueta nuestro pobre hombre pueda leer que sus pantalones están elaborados con algodón cien por cien y no que ese modelo no es apropiado para mayores de 25, que deben usarse con ropa interior y que llevan caducados diez años?
Una vez leída la etiqueta el ciudadano puede utilizar la prenda si lo desea, pero conociendo sus riesgos. Entonces y sólo entonces podremos llamarlo hortera, porque quizá este hombre sólo fuera un imprudente o un desinformado.
Yo conocí a una dama que después de leer no consumir después de abril de 1997 en una lata de mejillones dijo que amaba el riesgo y fue enterrada dos días después en septiembre del 2008. En el funeral todo el mundo alabó su gran amor por la libertad.

martes, 9 de septiembre de 2008

Contingencia

Increíble, intento hacerme a la idea y no puedo. Esto es un golpe demasiado duro como para poder recuperarse sin pasar por la esteticienta.
Mañana miércoles se acaba el mundo. Por lo visto van a comenzar unos experimentos en Ginebra con un enormísimo armatoste acelerador de partículas que va a producir un punto negro que se lo va a tragar todo. ¿Era un punto o un agujero?
Yo podía aceptar esto del cambio climático. Al fin y al cabo no es ni más ni menos que el cambio de temporada pero a lo grande, además, las cosas si se avisan con antelación no tienen por que suponer más problema que la pura incomodidad de organizarse.
¿Pero esto? ¿Así tan de repente? Nos quedan menos de doce horas para el fin del mundo y nos va a pillar totalmente desprevenidos. Es como si te hubieran invitado a la boda del Príncipe con una antelación de diez minutos. No hay derecho es una falta de consideración total y absoluta.
¿Alguien sabe que es lo más apropiado para un fin del mundo con agujero negro?, porque yo no sé si un traje negro de Armani, que siempre va bien, me va a hacer desaparecer más rápido por aquello del mimetismo. Y tengo clarísimo que por mucho que sea el fin del mundo es septiembre y no voy a ponerme uno claro para destacar que es lo peor que le puede pasar a uno en una crisis. Paño azul marino imposible porque se pegan todas las pelusas y gris marengo es tan de diputado… Necesito hablar con Alfonso Usía inmediatamente, no creo que haya otra posibilidad de salir bien parado.

martes, 2 de septiembre de 2008

De maridos y teléfonos.

No podía dejar de comentar aquella frase escuchada en un café a una atribulada señorita: una no conoce a un hombre hasta que no se divorcia de él.
Por supuesto teníamos que mencionar esa horrenda separación de aquella incauta esposa amiga nuestra, que creyendo en la palabra del marido terminó por descubrir que era una animación de un juego virtual de un gusto pésimo.
Alguien me dijo esta tarde, que si algún día se me ocurría hacer algo parecido, induciría a error al contrincante, dejando abierta la posibilidad de que nuestros encuentros se hubieran prolongado mucho más de lo que yo habría jurado y perjurado. Me pareció una idea odiosa, de lo cual deduje que era buena.
Desde luego el divorcio es una gran incomodidad, aunque sólo sea por la mudanza que suele entrañar, por la cantidad de tiempo que uno emplea en lamentarse por los años perdidos y porque descubres que muchas de tus cosas no te pertenecen.
Yo después de haberme divorciado dos veces he decidido darle la razón a mi madre cuando dice que una mala paz es mejor que una buena guerra. Cambiar de pareja me da tanta pereza como cambiar de modelo de teléfono móvil, tener que leerme otra vez el manual, no entender el menú, no saber cómo se desactiva el método predictivo… todo incomodidades. Una vez superadas sigues haciendo lo mismo que con el modelo anterior, la tecnología avanza más rápido que la creación de nuevas necesidades.
Lo único bueno de un divorcio es que tiene un efecto rejuvenecedor mucho más notable que un lifting. Esta amiga luce con la misma intensidad que hace diez años. Es muy desgraciada, eso si, pero me está haciendo plantearme mi felicidad conyugal, ahora parezco su padre.

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